jueves, 26 de abril de 2012

Tiempo muerto



Reconozco que donde veo una balaustrada imagino un palacio. Es un engaño, pero me hace pensar en el valor de los elementos de la arquitectura, decorativos o prácticos. El edificio es común, de vecindad, centenario probablemente. Un fósil. Abandono. Veo más vida en los ventanales que dan al interior, al patio, que en la fachada. La memoria de una casa semejante me trae veloz la casa de infancia. Los tendederos de la ropa, las ventanas donde las vecinas platicaban, el botijo colgado al relente en los duros meses de verano. Abajo el patio, el pozo, las puertas secretas, los juegos. Este edificio cerrado mantiene además dos elementos extras: la balaustrada aparente y el árbol cuya mera imagen alivia el ladrillo o el cemento. Todo tan testimonial como sentenciado.   



jueves, 19 de abril de 2012

El mundo en su mano

martes, 17 de abril de 2012

Inmersión




Aunque se metan los humanos un día y otro en las tripas de la ciudad les espanta la imagen del inframundo. Bajar a un túnel es recorrerlo con premura, como si la vida fuera a acabar allí de un momento a otro. Observen cómo la gente acelera el paso en los subterráneos. Cómo no se entretiene, ni gusta de pararse a hablar o lo hace abreviando el encuentro. En todas las ciudades hay túneles históricos que únicamente quienes los hemos frecuentado desde sus orígenes amamos. El túnel de la fotografía es el mismo que utilicé de manera recurrente en mi niñez. Acaso por esa razón no solo no me impresiona este túnel sino que ninguno de cuantos me he encontrado han podido con mi curiosidad. Túneles de ferrocarriles que no se terminaron o que quedaron fuera de uso; bajadas y desplazamientos por las mazmorras de fortalezas; pasadizos de ciudades prerromanas; corredores de refugios antiaéreos...Hay algo en esa idea de la conducción artificial bajo tierra que conecta con las simas del subconsciente. También son reflejo de los complejos kársticos que la naturaleza nos depara. Y, cómo no, el mundo por excelencia de las sombras.


domingo, 15 de abril de 2012

Hijos del árbol



Hijos del árbol, aunque tengan forma de ángeles juguetones. Hijos también de las manos de los escultores. La madera, generosa y maleable materia, olvida sus orígenes. Nadie recuerda que tras la iconografía, abundante y lujosa, que loa a los mitos y relata sus hazañas está un ser enraizado en la tierra. El árbol que procura a los hombres medios de subsistencia desde el principio de los tiempos también se ofrece para la obra del artista. La sombra de los bosques se extiende silenciosa. Cuando contemplo la exuberancia de su metamorfosis yo no olvido su arcano.




viernes, 6 de abril de 2012

Cementerio de traviesas


Los cementerios de objetos desusados me duelen. Hay algo del eco de la misma finitud humana en ellos. Tal vez porque esos inventos fueron moldeados para uso y servicio de los hombres. Porque fueron reconvertidos desde una materia prima anterior. Porque contuvieron la capacidad de diseño preciso para lo que se pretendía. Por el uso y desgaste al que la acción humana los ha ido sometiendo. He viajado mucho en trenes, incluso en trenes con vagones de madera y asientos de madera que se deslizaban sobre vías con traviesas de madera. Pero la actualización de las líneas ferroviarias que han sobrevivido a los cambios ha desechado abundante material. Incluso largos recorridos sin desmontar serpentean llanos y elevaciones de nuestro país. Material obsoleto dicen. Ennegrecido por la carbonilla de las viejas locomotoras de vapor, por la grasa, la contaminación. Piladas como ésta abundan en las salidas de nuestras ciudades. A la vista. Como testigos que algunos verán con desdén y otros con afecto. Éste es mi caso.



lunes, 2 de abril de 2012

Caballería de arena






Los jinetes han emergido de la arena. Nadie sabe de su lejana procedencia pero todos claman por atraérselos. Tienen un ademán vengador, pero dicen obrar en nombre de la justicia. Su aire fantasmagórico no es sino el color de la materia que les hace permanentemente. Cómplices del desierto, se deslizan majestuosos abriendo surcos con las pezuñas de sus cabalgaduras. Son un ejército infinito, porque infinita es su sed por erigirse en hombres reconocidos como tales. El desierto está convulso desde que ellos aparecieron. Nada será igual en aquellas tierras mientras los hijos del viento y del barro impugnen sus siglos de soledad para empezar de nuevo.